Artículo publicado originalmente en La Nación Revista el domingo 22 de mayo 

 

Por Alejandra Ocampo

 

A mediados del Siglo XIX, oficiales de caballería británicos que se encontraban de servicio en la India quedaron cautivados por un deporte ecuestre que practicaban los nobles del subcontinente, al que llamaban “la joya de la corona del Imperio Británico”: el polo. Hacia 1856, varios de esos oficiales, de regreso a Inglaterra con escala en Malta, lo exportaron a Occidente con la intención de acomodarlo, ya que notaron que en la India se jugaba sin reglamento ni una cantidad específica de jugadores. Así, los ingleses le proveyeron al polo reglas apropiadas, establecieron el número de cuatro jugadores por bando y se constituyó la Hurlingham Polo Association, entidad que iba a regir el polo británico, bajo cuyas reglas se disputaban los torneos. Poco tiempo después, fue descubierto por los norteamericanos, que no sólo se entusiasmaron tanto como los ingleses, sino que no tardaron en convertirse en sus rivales más duros.

 

Además, los norteamericanos le pusieron el cascabel al gato, el toque que le faltaba: crearon el sistema de hándicaps, es decir, la valorización para los jugadores, que iba de 1 a 10 goles. Como no podía ser de otra forma, el primer jugador de la historia que alcanzó los 10 goles de handicap fue un estadounidense, Foxhall Keene, quien además de ser un intrépido polista, era un extraordinario multideportista.

 

Mientras tanto, la Argentina recibía una inmensa ola de inmigrantes desde una Europa empobrecida; gente que bajaba de los barcos ansiosa por establecerse en un país poderoso, seguro y con gran futuro. Entre ellos había británicos, que llegaban a un país de estabilidad política y prosperidad económica, y que eligieron desparramarse en diversos campos y estancias, especialmente de Santa Fe. Y que además trajeron novedades; entre otras, varios deportes: fútbol, rugby, tenis, polo. Este último terminó siendo el pasatiempo favorito tanto de los estancieros como de los peones, criollos que tenían una habilidad extraordinaria para andar a caballo y que dejó sorprendidos a los británicos.

 

Estos peones montaban en pelo -sin montura- y tomaban las riendas con una sola mano para practicar un deporte que se llamaba pato, y que requería una gran destreza. Sin dudarlo, los ingleses enseñaron a jugar al polo a estos audaces gauchos, para quienes el caballo no tenía secretos. Más aún, los peones aprendían con una facilidad increíble. Así, Santa Fe se convirtió en un gran centro de polo, al tiempo que el deporte se iba esparciendo en las distintas estancias y campos de todo el interior del país y comenzaban a surgir los primeros clubes. Los registros indican que el primer partido de polo que se jugó en la Argentina fue entre Campo y Ciudad, el 30 de agosto de 1875, en la estancia Negrete, ubicada en el pueblo de Ranchos (hoy General Paz), en la Provincia de Buenos Aires, propiedad del británico David Shennan, dedicado a la industria lanar.

 

Muchos ingleses emigrados a la Argentina viajaban con frecuencia a su país, donde solían participar de las temporadas de polo. En 1896, un equipo que representaba al Buenos Aires Polo Club realizó una gira por Inglaterra encabezado por Hugh Scott-Robson, quien en Inglaterra tenía base en el Ranelagh Club y es considerado la primera gran estrella del polo en el país. Nacido en la provincia de Entre Ríos en 1878 y educado en Escocia, fue un extraordinario jugador ambidiestro, con posición de back (defensor), y uno de los fundadores del Hurlingham Club, en la Argentina, en 1888. Junto con Scott-Robson viajaron Newman Smith, Frank Furber y R. McC. Smyth. Si bien no se conocen detalles de los partidos, se sabe que hubo muy buenos comentarios hacia el equipo que representaba a la Argentina, y que comenzaron a aparecer las primeras crónicas elogiando a la caballada.

 

Al año siguiente, en 1897, otro conjunto volvió a Inglaterra representando a la Argentina. Los resultados obtenidos en esa oportunidad por el conjunto que integraban Francis Balfour, John Ravenscroft, Frank White y John Porteus –todos ellos pioneros del polo en el país– fueron excepcionales: ganaron 17 de los 23 partidos que jugaron. En ese entonces, la gran novedad la constituyó la caballada: ejemplares criollos exclusivamente, cuyo excepcional rendimiento dejó sorprendidos a los ingleses. A fines del Siglo XIX y comienzos del XX, los polistas argentinos empezaron a viajar a Inglaterra con el objetivo de aprender y conseguir experiencia. Recién en 1912 llegaría lo que hasta entonces iba a ser la más importante gira por Inglaterra de un equipo representante de la Argentina, que iba a convertirse en el primer paso para el reconocimiento internacional definitivo del polo argentino, diez años después.

 

Un escocés en San Luis

 

Harold Schwind (1873-1922) fue otro de los grandes pioneros británicos del polo en Argentina. Nacido en Edimburgo, Schwind llegó al país a los 21 años y era dueño de una estancia en la provincia de San Luis, El Bagual, cuya principal actividad era la ganadería. Schwind, que viajaba a Europa con regularidad, decidió organizar en 1912 un tour con un equipo que llevaría el nombre de su estancia, pagando todos los gastos de su propio bolsillo, además de aportar 22 caballos de su cría. El Bagual estaba integrado por Schwind, John y Joseph Traill –ambos de las estancias Las Rosas y Las Limpias, en Santa Fe– y Leonard Lynch-Staunton, además de un suplente, John Campbell, un jugador muy bien montado, hijo de escoceses, dueño de una estancia en Carlos Casares y el único de la delegación que había nacido en la Argentina, en 1877, en Flores (por ese entonces, una zona rural en las afueras de Buenos Aires). El fin era el de siempre: sumar experiencia y aprender.

 

Pero superaron el objetivo con creces. Con sus 22 goles de hándicap, El Bagual se paseó por Inglaterra, alcanzando la final de la Copa Whitney, luego de ganar todos sus partidos ante First Life Guards, Wasps y Old Cantabs. El poderoso equipo Eaton, de 32 goles de handicap y una caballada extraordinaria, quizá la mejor de Inglaterra, los esperaba en la definición. Y para el asombro de todos, El Bagual, que arrancó 11 goles abajo por hándicap, derrotó a Eaton por 21 a 11. El desempeño de El Bagual cosechó un sinfín de elogios en Inglaterra, convirtiéndose en la sensación de la temporada de Londres.

 

“Los brillantes jugadores argentinos”, los describió The Polo Times. En esa final, Campbell entró como suplente de Lynch-Staunton, quien se había lesionado, y marcó cuatro goles. Cabe agregar que si bien en la Argentina eran ingleses, escoceses o irlandeses, en su lugar de origen los llamaban argentinos. Por otro lado, el Duque de Westminster, patrón de Eaton, impresionado por el rendimiento de los caballos argentinos, decidió adquirir varios para sumar a su lote.

 

La hazaña de El Bagual fue simplemente un preludio de lo que vendría diez años después, en 1922.

 

Pero, antes, el mundo debió superar un durísimo escollo: la Primera Guerra Mundial, el primer gran conflicto bélico internacional del Siglo XX, entre 1914 y 1918, y que causó estragos en la vida en todos sus aspectos. John Campbell fue uno de los primeros que decidió alistarse como voluntario. “Acabo de enterarme de que hay guerra entre Inglaterra y Alemania. Y pese a que pueda parecer tonto, elegí no jugar al polo en público, mientras nuestra gente esté allí, así que espero que me dejes ir (…) siento que en este momento debemos estar allá”, le escribió Campbell a Lewis Lacey, el 4 de agosto de 1914. Campbell no volvería: falleció en diciembre de 1917 a causa de las heridas recibidas en la batalla de Cambrai.

 

Como Campbell, un gran número de aquellos oficiales ingleses, pioneros del polo tanto en Inglaterra como en la Argentina, fueron a la Gran Guerra, ya sea como voluntarios o convocados por su país. Y, como Campbell, muchos de ellos no volvieron. La espantosa contienda mundial mermó considerablemente el número de aquellos entusiastas oficiales británicos jugadores de polo y pioneros del deporte moderno.

 

Tiempos de hazaña 

 

Una vez finalizada la guerra, con la vida reacomodándose, el polo volvió a las canchas. Y si bien el polo argentino ya recibía elogios, Inglaterra y Estados Unidos seguían firmes como los grandes del deporte, alternando su poderío en una competencia entre ellos, la Westchester Cup, que se empezó a disputar en 1886. Considerado el trofeo más antiguo de la historia del polo, la imponente copa fue especialmente diseñada por la joyería Tiffany’s.

 

En 1921, y en contrapunto con la entidad que regía el polo en Argentina, The Polo Association of the River Plate, fundada por los pioneros ingleses en 1882, se formó la Federación Argentina de Polo, presidida por Joseph Monroe Hinds. “El deseo de mandar a Inglaterra un equipo que representara a la patria en los torneos de aquel país, impulsó la idea de fundar otro organismo para que la representación tuviera carácter oficial”, relata Francisco Ceballos, quien fuera Vicepresidente de la Federación Argentina de Polo, en la primera parte de su libro El Polo Argentino (1969, Comando en Jefe del Ejército, Comando y Dirección General de Remonta y Veterinaria). Agrega Ceballos que la entidad surgió también debido a que ya no eran solo ingleses los que jugaban al polo, sino que estaban sumándose “apellidos de origen latino, aumento que se intensifica (…) pues eran muchos los jugadores de ese origen, que se habían incorporado a estas actividades deportivas con las mismas aspiraciones y anhelos que los de ascendencia inglesa. Trajeron el aporte de su sangre nueva, su coraje magnífico, su apasionado interés”.

 

La flamante institución decidió enviar un fuerte equipo a Inglaterra, con gastos a cargo del Jockey Club y algún aporte más de la Federación. Viajaron ocho jugadores: los titulares Lewis Lacey, David Miles, Juan Miles y Juan Nelson, y un “equipo B”, integrado por Luis Nelson, Eduardo Grahame Paul, Alfredo Peña Unzué y Carlos Uranga. “La selección de los petisos (…) era de suma importancia y gracias al apoyo desinteresado de varios amigos (…) pudimos completar el plantel, con excepción de los de Alfredo Peña, que ya los tenía en Inglaterra. Los petisos salieron desde Buenos Aires en febrero de 1922, a cargo de José Hemmings, experto entrenador, que nos fue cedido por el señor Martínez de Hoz”, contó Juan Nelson, titular del equipo de 1922, en la segunda parte del libro.

 

El equipo argentino llegó a Londres en abril, sin hacer ruido; Peña, en tanto, los recibió con todo perfectamente organizado tanto para los caballos como para los jugadores y petiseros, lo cual constituyó “un gran alivio”, según cuenta Juan Nelson. Los polistas argentinos establecieron su base en Neasden, cerca de Londres, donde hacían prácticas y observaban a los equipos a los que iban a enfrentar. En mayo, se trasladaron a Hurlingham, en Londres, para dejar los caballos instalados allí. Y el 10 de ese mismo mes, el cuarteto titular –Lewis Lacey, David Miles, Juan Miles y Juan Nelson– jugó su primer partido de entrenamiento, a seis chukkers, en el Ranelagh Club frente a Templeton, y lo ganó por un contundente 9 a 2.

 

Lo mismo sucedió con el segundo, ante los Freebooters, el legendario equipo del no menos legendario Walter Buckmaster, una de las glorias de la historia del polo británico, el cual ganaron con más amplitud, 11 a 3. No les fue bien en el siguiente torneo, la Social Clubs Cup, en Hurlingham, en el que los argentinos fueron eliminados en la primera ronda. Pero esa derrota les jugó a su favor, ya que contaban con el tiempo suficiente para ponerse a punto para lo que venía, la Whitney Cup, la misma que El Bagual había ganado diez años antes.

 

En la Whitney Cup, dejaron en el camino a Eastcott y Cowdray y enfrentaron en la final a Quidnucs, a quienes vencieron por 8 a 5. Luego de esa segunda Whitney Cup, siguió la victoria en el Abierto del Roehampton Club, para finalizar el periplo inglés con el highlight de la temporada: el Abierto Británico, en Hurlingham. En semifinales, vencieron nada menos que a los históricos Freeboters y en la final, el 1° de julio de 1922, se midieron ante Eastcott, formado por Stephen Sandford, el belga Alfred Grisar, Earle Hopping y Vivian Lockett. Ese día amaneció nublado y con amenaza de lluvia, “que se desató en el tercer chukker (…) y que convirtió el encuentro en un verdadero water-polo que, aunque no favoreció nuestro juego rápido, sí permitió revelarnos como jugadores de primera categoría en el ranking mundial”, recordó Nelson. El water polo finalizó con un 12 a 8 para el equipo argentino, que por primera vez en la historia conquistaba el Abierto Británico.

 

En medio de la celebración por la hazaña, que hizo que un comentarista británico escribiera el famoso “They have put Argentina on the map” (“Pusieron a Argentina en el mapa”, es decir que “la Argentina había puesto su nombre en el mapa deportivo”, como recordó Juan Nelson), los polistas argentinos recibieron un cable de Louis Stoddart, el entonces Presidente de la United States Polo Association (USPA), quien, impactado por la victoria en Inglaterra, los invitó a participar del Abierto de Estados Unidos. Cuando el equipo argentino llegó a Nueva York, fueron recibidos como verdaderas estrellas por un gran número de medios, dirigentes y aficionados.

 

Los caballos, que habían arribado en perfecto estado, fueron alojados en Nueva Jersey, en el Rumson Country Club, el lugar donde se llevaría a cabo el certamen. Vale aclarar que, tradicionalmente, el Abierto de Estados Unidos se disputaba en Meadowbrook, en Old Westbury, Nueva York, pero ese año se trasladó a Rumson. “Las canchas eran magníficas, pero distintas a las inglesas, pesadas y lentas por su césped profundo y húmedo; las de Nueva Jersey eran muy livianas y bastante parecidas a las nuestras”, contó Nelson.

 

Lo primero que hicieron los jugadores argentinos fue ir a ver un partido en Piping Rock Club, en Long Island, acompañados de Louis Stoddart, y unos días más tarde hicieron su primera práctica con un seleccionado anglo-americano, que el equipo argentino ganó por 8 a 7 luego de seis chukkers. Listos entonces para la próxima parada: el Abierto de Estados Unidos.

 

El equipo que disputó el Abierto de Estados Unidos fue el mismo que en Inglaterra, es decir, Lewis Lacey, David Miles, Juan Miles y Juan Nelson, y el que venció a Shelbourne por 12 a 6 en semifinales. El poderoso Meadowbrook aguardaba en esa final, un equipo cuya alineación contaba con dos de los mejores jugadores norteamericanos de la historia, Tommy Hitchcock y Devereux Milburn (además de F. Skiddy Von Stade y Elliot C. Bacon). El 10 de septiembre de 1922, las tribunas llenas de Rumson Country Club esperaban ver en acción al equipo local y a los argentinos, héroes en Inglaterra; entre los asistentes estaba Foxhall Keene, el primer 10 goles de la historia.

 

El partido fue vibrante y muy disputado, con los argentinos arriba por 6 a 4 en la primera mitad. Al comienzo del cuarto chukker, vino el gran susto: un choque con caída entre David Miles y Devereux Milburn le causó a Miles un desgarro muscular. El partido debió ser detenido para atender al jugador lesionado, que en un principio no iba a seguir. Pero Miles se negó a abandonar la batalla. Cuenta Nelson: “(…) fue necesario cortarle la bota y vendarlo bien ceñido (…) calzándole luego una zapatilla de tenis cedida por un espectador. Insistió en seguir jugando en medio de los aplausos de la concurrencia. Ese accidente le costó tres semanas de inactividad absoluta”.

 

El coraje de Miles pudo más que cualquier lesión: “Dando rienda suelta a su temperamento, conquistó cuatro goles en rápida sucesión”, recordó Nelson. Cuatro goles que iban a ser fundamentales para la segunda hazaña. Los argentinos derrotaron a Meadow Brook por 14 a 7 para ganar el Abierto de los Estados Unidos.

 

Los alumnos habían aprendido de sus maestros; la histórica gira de 1922 sentó las bases para lo que iba a venir y que perdura hasta nuestros días. Y quién mejor para definirlo que el mundialmente prestigioso y reconocido historiador del polo, Horace Laffaye (1935-2021), en su libro “El polo internacional argentino” (1989): “Ningún otro equipo ha ganado los Campeonatos Abiertos de Gran Bretaña y los Estados Unidos en el mismo año y con igual alineación. Pero, mucho más importante, los caballeros que representaron a nuestro polo dejaron sentada una herencia de nobleza deportiva que servirá de modelo para todas las generaciones de polistas en la Argentina”.

 

Finalmente, y a consecuencia de esta hazaña, el 14 de septiembre de 1922, la River Plate Polo Association y la Federación Argentina de Polo se fusionaron para crear la Asociación Argentina de Polo. Cien años de historia, cien años del mejor polo del mundo.