By Alejandra Ocampo

El pasado mes de noviembre se estrenó a nivel mundial la película “Napoleón”, basada en la vida de Napoleón Bonaparte y su ascenso al poder, dirigida por Ridley Scott y con Joaquin Phoenix interpretando a una de las más grandes personalidades de la historia; tan amado como controvertido, brillante estratega militar y político, Napoleón, nacido en Ajaccio, Córcega, en 1769, encabezó exitosas campañas militares al comando del ejército francés, durante fines del Siglo XVIII y principios del siglo XIX, en la era conocida como las Guerras Napoleónicas, consolidando su poder de tal forma, que lo llevó a autoproclamarse Emperador de Francia en 1804. Junto a Napoleón estuvo su más fiel compañero, el que lo acompañó en su derrotero por los campos de batalla, su caballo favorito, Marengo.

 

Napoleón, que según los historiadores no era un gran jinete, poseía unos 130 caballos, a quienes solía ponerle nombres mitológicos o de personajes históricos, como Cyrus, Tauros o Nerón, como también de los lugares donde había obtenido espectaculares victorias. Cyrus, por ejemplo fue rebautizado como Austerlitz, por aquel resonante triunfo del ejército napoleónico frente a los imperios de Austria y de Rusia, en 1805.

 

La historia de Marengo y su relación con dueño, comienza en 1798, en la llamada Batalla de las Pirámides, durante la campaña a Egipto. Napoleón quedó deslumbrado ante la extraordinaria caballería de los egipcios y la habilidad de sus jinetes, pero lo que más lo impactó fue la belleza, velocidad y resistencia, entre otras cosas, de los caballos árabes, que eran criados con esmero desde hacía siglos en la tierra de los Faraones.

 

Deslumbrado, entonces, por los caballos árabes, a los que consideraba los mejores del mundo, Napoleón eligió cuidadosamente numerosos caballos árabes para llevarse a Francia. Entre esos ejemplares que escogió Napoleón, había un tordillo, que a su parecer era gran representante de la raza árabe. De una belleza indescriptible, el caballo, que contaba con siete años, fue trasladado de Egipto a las caballerizas de Napoleón, en Francia, hacia 1800. En 1804, ese caballo que tanto lo había impactado, acompañó a Napoleón a Italia, donde combatió en la batalla de Marengo; tras una audaz operación, Francia logró la retirada de los ejércitos austríacos de aquel país, logrando una victoria fundamental para Napoleón, que sería clave para convertirlo en Emperador de Francia y además Rey de Italia. A partir de allí, el hermoso caballo llevaría ese nombre, Marengo, y se convirtió en el favorito de Napoleón.

 

Marengo, obviamente de raza árabe, era un caballo de contextura muy fuerte y robusta, pero de pequeña alzada unos 1,45 metros. Los caballos de Napoleón, que pasaban por una técnica de doma muy cuidadosa y sofisticada para soportar los embates del campo de batalla, solían ser mansos y sobre todo, pequeños, debido a la escasa estatura del Emperador (1,68 aproximadamente), quien reconocía en su caballo preferido sus propias cualidades: audacia, valentía, fortaleza, determinación y una resistencia extraordinaria. Esa resistencia hizo de Marengo un magnífico caballo tanto para la batalla como para el galope: montado sobre Marengo, Napoleón recorría en poco más de tres horas caminos que normalmente se hacían en cinco horas.

 

Marengo acompañó a su inquieto amo en muchas de sus campañas militares y fue protagonista de algunas de sus victorias más importantes, destacándose, entre otras, Austerlitz (1805) y Wagram (1809), en la que el caballo tuvo un desempaño excepcional. Su resistencia y resiliencia eran tales, que fue herido ocho veces, y se recuperaba satisfactoriamente a gran velocidad, para volver al campo de batalla.

 

En 1812, Napoleón sufrió uno de los peores reveses de su carrera militar, la campaña en Rusia, durante la cual, y a causa del crudo invierno ruso, perdió el 80% de sus hombres, y unos 12.000 caballos camino a Moscú. Napoleón llevó 52 de sus caballos a Rusia, entre ellos Marengo, quien demostrando una vez más su legendario coraje y su resistencia, fue uno de los pocos que sobrevivieron al desastre. Napoleón y Marengo recorrieron juntos los más de 4.000 kilómetros que separaban Moscú de París, en las peores condiciones. Muchos dicen que esta derrota fue el presagio de una mucho peor.

 

En 1814, Napoleón fue obligado a abdicar y exiliado en la isla de Elba donde permaneció hasta marzo de 1815, cuando huyó a París, donde fue recibido entre ovaciones. Alistó sus tropas para aniquilar a las coaliciones que se iban formando con la idea de derrocarlo; la más famosa fue aquella de siete países que comandaba el general británico Arthur Wellesley, Primer Duque de Wellington. El 18 de junio de 1815, la coalición derrotó a Napoleón y al ejército francés en la batalla de Waterloo, donde por supuesto, Marengo se encontraba junto a su amo. El noble caballo fue hallado malherido y deambulando por el campo de batalla, hasta que fue capturado por el oficial británico William Henry Francis Petre, 11° Baron de Petre.

 

Tras la derrota, Napoleón fue exiliado a la isla de Santa Elena, donde moriría en 1821. El Baron de Petre se llevó a Marengo a Inglaterra; vivió allí hasta 1831, cuando falleció a los 38 años. Hoy, el esqueleto del formidable Marengo se encuentra en el Museo Nacional del Ejército, en Sandhurst, en Inglaterra. Los dos cascos delanteros de Marengo fueron transformados en cajas de plata para guardar rapé.

 

En conclusión, aquella victoria en Italia en 1804, tan crucial como inesperada, le dio a Napoleón una formidable carrera que lo llevó a la gloria, y consolidó el vínculo con ese caballo que tanto amaba y al que le puso el nombre de la tierra que lo consagró, Marengo; ese tordillo que deslumbró a Napoleón, que fue su fiel compañero y con quien compartió sus extraordinarios triunfos hasta su estrepitoso fracaso final, en Waterloo.

 

Foto de tapa: Pintura de Napoleón y Marengo cruzando los Alpes, realizada por Jacques-Louis David (1801).