By Alejandra Ocampo

 

Hace unos meses se estrenó en una reconocida platafoma de streaming la serie “La Emperatriz”, un racconto de la vida de una de las mujeres más legendarias de la historia, Sissi, Emperatriz del poderoso Imperio Austro-Húngaro, una de las mujeres más hermosas, cultas e interesantes de su época, que desafió los prejuicios de su posición y su tiempo. Sissi dedicó buena parte de su vida a los caballos, lo cual está descripto en dos de los tantos libros que se han escrito sobre ella – “Sissi, Emperatriz contra su voluntad”, de la historiadora germanoaustríaca Brigitte Hamann, que incluye un capítulo entero, “Reina Amazona”, dedicado a las habilidades ecuestres de Sissi, y en “Reinas Malditas”, de la periodista y escritora española, Cristina Morató.

 

Sissi nació como Elisabeth Amalie Eugenie, Duquesa de Baviera, en Munich, en 1837, hija de Maximilien de Baviera, Duque de Baviera y de  la Princesa Real de Baviera, Ludovica. Su infancia transcurrió junto a sus tres hermanos, en el Castillo de Possenhofen.  Sissi heredó su gran pasión por los caballos de su padre, quien poseía ejemplares pura sangre y solía organizar eventos ecuestres, que se realizaban en el hipódromo que hizo construir en su jardín. De niña, Sissi prefería pasar su tiempo en el campo, montando sus caballos, como relata Cristina Morató en su libro: “(…) Sissi prefería el campo a la ciudad y no cambiaba los (…) paisajes que rodeaban Possenhofen por el brillo de los salones palaciegos. De  niña amaba la vida al aire libre, montar a caballo (…)”.

 

En 1853, cuando Sissi tenía 16 años, la familia realiza un viaje a Austria, exactamente a Bad Ischl, la residencia de verano de la familia real, la Casa de Habsburgo, para concretar el matrimonio del Emperador Franz-Joseph, hijo de la infoluyente archiduquesa Sophie de Baviera, hermana de la madre de Sissi. Las hermanas querían casar a Franz-Joseph con la hija mayor de Ludovica, Helene; pero nada salió como estaba previsto. El Emperador se sintió atraído por la personalidad atípica y la belleza de Sissi. Y aunque era tímida y nada afecta a la vida en los palacios, tampoco se resistió a los encantos del apuesto Emperador; un año después del encuentro, el 24 de abril de 1854, Sissi, de 17 años, se casa con Franz-Joseph, convirtiéndose en Emperatriz del poderoso Imperio Austro-Húngaro. A partir de ese momento, la vida alegre y despreocupada de Sissi iba a cambiar de forma drástica; pronto descubrió que la asfixiaba ser Emperatriz y detestaba la rigidez y el protocolo de la corte, y las exigencias que le imponía su tía-suegra, Sophie, que le hizo la vida imposible en el Palacio Imperial de Hoffburg y en el Palacio de Schonbrunn.

 

Sissi y Franz-Joseph tuvieron cuatro hijos: Sophie, Gisela, Rudolf y Marie Valerie. En 1857, Sissi llevó a sus dos hijas, Sophie y Gisela, a un viaje oficial a Hungría. Ambas niñas enfermaron durante ese viaje, y si bien Gisela logró reponerse, su hermana falleció con tan solo 2 años. Como era de esperarse, la enfurecida Archiduquesa Sophie hizo responsable a Sissi de la muerte de su nieta; esta gran tragedia dejó secuelas de por vida en Sissi, que, sumada a la tensión que vivía en la corte, potenció la enfermedad que padecía Sissi, por entonces desconocida, la bulimia, que la hizo vivir obsesionada por su figura, sometiéndose a dietas y ayunos feroces.

 

Esa vida que consumía a Sissi era aliviada por su amor a los caballos. Según Cristina Morató: “La Emperatriz comenzó a llevar un ritmo de vida tan insano como extravagante (…) se la veía absorta en sus pensamientos y montaba a caballo durante horas seguidas”. Su marido alentaba la pasión ecuestre de su esposa, pero a la vez se mostraba preocupado en las cartas que le enviaba desde Italia, donde acudía a supervisar acciones militares en territorio de los Habsburgo: “Cuídate, procura hallar distracción, monta a caballo y sal a pasear en coche, pero con mesura y prudencia”.

 

Pero no había mesura y prudencia en Sissi: era una intrépida amazona que resistía hasta 6 horas sobre la montura y recorría 200 km sin detenerse. En 1854, cuando Franz-Joseph y Sissi fueron coronados Reyes de Hungría, en Budapest, Sissi hizo del castillo húngaro de Godollo su refugio favorito. Allí tenía sus caballerizas con decenas de caballos y pasaba la mayor parte del tiempo con ellos; sus colaboradores solían tenerle preparados hasta tres caballos por día. Se relacionó con los mejores jinetes austrohúngaros, quienes la acompañaban en sus interminables cabalgatas. Según Cristina Morató, “En su palacio húngaro de Godollo, mandó a construir una pista de circo; allí instaló una escuela de alta equitación donde aprendió acrobacias a caballo”. Brigitte Harmann relata un testimonio de María, baronesa de Wallersee, sobrina de la Emperatriz: “Era un espectáculo encantador ver a la tía vestida de terciopelo negro haciendo dar la vuelta a su pequeño pura sangre árabe. Claro que para una Emperatriz, no dejaba de ser una ocupación un tanto extraña”.

 

Sissi montaba como mujer, de costado; cuentan que, en su afán por verse impecable, una vez sentada en el caballo, mandaba coser su pollera larga a la montura para que tenga una caída perfecta. Si bien usaba guantes para sostener las riendas, no lo hacía con frecuencia, y tras las larguísimas cabalgatas, terminaba con sus manos ensangrentadas. Un día, y para el escándalo de sus damas de compañía, decidió montar como hombre. Intentó acortar su pollera de montar, pero al notar que no quedaba bien, pide consejo a su ecuyére francesa, quien utilizaba unas calzas de cuero debajo de su vestido. Para horror de sus doncellas, Sissi consigue una pieza de cuero que se hace coser sobre su cuerpo. Tras asegurarse que sus “pantalones” estaban bien sólidos, se hace traer sus guantes, su fusta y su chaqueta, y manda ensillar a su yegua con una montura de hombre, para salir cabalgando a toda velocidad, un placer supremo que Sissi disfrutaba al máximo.

 

En 1874, su hermana María Sofía, ex Reina de Nápoles, invita a Sissi a pasar una temporada en Inglaterra, donde vivía dedicada al ocio y a los caballos. En Inglaterra, Sissi conoció a los mejores jockeys ingleses, asistía a las cacerías del zorro, y, para horror del Emperador, comenzó a hacer salto de obstáculos, dirigida por su “petisero” inglés, Allen, quien la animaba a ejercicios cada vez más audaces. Sissi llevó su actividad ecuestre a Budapest y Viena. Escribe Brigitte Hamann: “Los vieneses no querían perderse el espectáculo y acudían en masa a ver saltar obstáculos a la Emperatriz”.

 

En 1875, comenzó a comprar los mejores caballos ingleses sin regatear el precio, y se preparaba con esmero para participar en las cacerías del zorro. En 1876, Sissi conoce a un jinete escocés, de modales toscos y rudos, William George Middleton, a quien todos llamaban “Bay”, reconocido como uno de los mejores jinetes del Siglo XIX. Al saber que que tenía que entrenar a una emperatriz, Bay se mostró muy brusco con ella. Contra todo lo esperado, esa brusquedad impresionó a Sissi, y con el tiempo se respetaron y admiraron mutuamente. Bay adoraba a Sissi por su coraje y por desafiar los prejuicios de la época, montando de forma inusual para una mujer de su época, y la estimulaba aún más a participar en las cacerías; Sissi respetaba tanto a Bay, que no solo fue su consejero, piloto, confidente y compañero de cabalgatas, sino que era el único que “podía elogiarla o criticar su actuación. Sissi lo aceptaba todo como una niña pequeña”, cuenta Hamann. Bay también compraba caballos para la Emperatriz. A Sissi no le importaba otra cosa que andar a caballo. En Irlanda, país que visitó en 1879, se la recuerda como “una misteriosa hada a caballo”, escribe Hamann. También estuvo en Francia: en Normandía, donde se surmergía en el mar montada a caballo y saltaba vallas en sus paseos por el Bois de Boulogne, en París. Por aquellos años se comentaba que resultaba extraño ver a Sissi a pie y no montada sobre un caballo.

 

Pero en 1883, Sissi dio por finalizada su pasión ecuestre de manera sorpresiva; solamente reconoció que había perdido el ánimo y vendió todos sus caballos. Retorna a Viena con el Emperador, pero se muestra indiferente hacia él, que la adora. Años más tarde, el 30 de enero de 1889, llegó el golpe fatal. Rudolf, de 30 años y príncipe heredero  del Imperio Austrohúngaro, aparece muerto junto a su amante, la Baronesa María Vestera, en el pabellón de caza de los Habsburgo, en Meyerling, un hecho que quedó en la historia como la “Tragedia de Mayerling”. La muerte del Príncipe devastó por completo a sus padres; Sissi vistió luto por el resto de su vida, luego de regalar vestidos y joyas que ya no utilizaría más.

 

La Emperatriz nunca volvió a los caballos, dedicando los últimos años de su vida a hacer largos viajes por Europa en su barco, Miramar. El 10 de septiembre de 1898, durante un paseo con su dama de compañía, cerca del Lago Leman, en Suiza, un anarquista italiano, Luigi Lucheni le clavó un estilete a la Emperatriz. Sin darse cuenta de la sucedido, Sissi y su dama de compañía embarcan y la Emperatriz se desmayó. La dama de compañía notó una mancha de sangre en su pecho: era la herida que el estilete había causado sobre su corazón, lo que le causó la muerte.

 

Sissi fue trasladada a Viena, donde recibió un imponente funeral. Contra su voluntad, ya que deseaba ser enterrada en la isla de Corfu, en Grecia, fue sepultada en Viena, en la cripta de los Habsburgo. Allí, en un imponente mausoleo, descansa Sissi, la “Reina Amazona”.